El más reciente informe entregado por ONU Medio Ambiente sobre el uso del plástico en el mundo señala que cada minuto se compran un millón de botellas de plástico y, al año, se usan 500.000 millones de bolsas. De todo ese consumo, ocho millones de toneladas acaban en los océanos cada año, amenazando la vida marina.
La situación en Colombia no es nada alentadora, organizaciones como la Fundación S.O.S. Matilda informan de 250.000 toneladas de plástico que estarían siendo desechadas; aunque consideran que esto es sólo una pequeña parte, pues más del 90% del total de este material que es desperdiciado por las personas termina enterrado.
Estos plásticos convertidos en residuos se comportan de dos maneras: los grandes, que afectan paisajísticamente las playas y consolidan grandes islas flotantes y los micro-plásticos que, luego de la fricción, choque con las playas, corales y demás, se van pulverizando a tal punto que ingresan a la cadena trófica marina. De esa manera, el ser humano podría estar ingiriendo este material de forma inadvertida cuando consume algún producto marino.
Jairo Ernesto Perilla, doctor en Ingeniería de Polímeros y docente del Departamento de Ingeniería de la Universidad Nacional, añade que “el hecho de que muchos plásticos sean menos densos que el agua hace que este flote, afectando los ecosistemas y así el paso de la luz del sol a las profundidades de los cuerpos de agua”.
Perilla también destaca que, aunque aún no hay estudios concluyentes que demuestren consecuencias para el ser humano tras consumir animales que hayan ingerido plástico, el hecho de que ese material logre impregnarse en sus tejidos, puede ser bastante perjudicial.