El drama que viven los familiares de víctimas de desaparición forzada y otras formas de desaparición, como Elizabeth, es quizá uno de los roles más invisibilizados que ha dejado el conflicto armado en Colombia, país en el que cerca de 127.577 personas buscan a un ser querido, una cantidad equivalente a la de los pasajeros de 804 aviones.
El 95% de estas búsquedas la han asumido mujeres, quienes ante los obstáculos, la indiferencia institucional, en medio de una guerra que duró más de 50 años, hicieron el papel de abogadas, investigadoras, psicólogas, forenses y antropólogas empíricas, únicamente impulsadas por el dolor y el amor.
Buscando a sus seres queridos en todas partes del país, e incluso desde el exilio, se encontraron a ellas mismas, y juntas crearon redes de apoyo, asociaciones, fundaciones y otras organizaciones que se han dedicado a gritar en una sola voz: “¿Dónde están, qué pasó, por qué?”.
Reconocer el trabajo de estas mujeres, además de documentar sus casos, es uno de los principales objetivos de la Comisión de la Verdad, organización que, junto a la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, Ubdp, y la Justicia Especial para la Paz, JEP, fue creada tras la firma del Acuerdo de Paz en La Habana en 2016.
“Ellas y otros familiares se vieron obligados a salir a las calles, a llevar la foto de su ser querido colgada en el pecho. En el camino, fueron aprendiendo de normas, construyeron sus propias metodologías y mapas. Acudieron al Congreso y el Ejecutivo, y lograron transformar la Constitución Política, la expedición de leyes, decretos y la creación de mecanismos de búsqueda. Y cuando todo eso no fue suficiente, llegaron a instancias internacionales a exigir verdad y justicia”, explica el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad.
De acuerdo con la comisionada de la verdad, Alejandra Miller, en Colombia no existe una cifra consolidada de personas desaparecidas en el contexto y en razón del conflicto armado. “A pesar de que el Centro Nacional de Memoria Histórica habla de 83.036, se estima que serían más de 100.000”, apunta.
Tal cantidad de personas sería equivalente a si fueran desaparecidos todos los habitantes de Rionegro (Antioquia) o de Ipiales (Nariño). Estamos hablando de víctimas de desaparición forzada, secuestro, reclutamiento ilícito, miembros de la fuerza pública y grupos armados al margen de la ley de quienes no se conoce su paradero.
La Ubpd, entidad del Estado que tiene la tarea de buscar a personas desaparecidas en el contexto y en razón del conflicto armado antes del 1 de diciembre de 2016, en apenas un año ha recibido más 2000 solicitudes de búsqueda, “con un porcentaje muy alto de personas que nunca habían tomado contacto con el Estado”, según explica la directora Luz Marina Monzón.
“Hasta ahora hemos consolidado más de 3700 registros de personas desaparecidas, pero seguimos avanzando en determinar una cifra certera. Recientemente exintegrantes de las Farc entregaron información de al menos 270 desaparecidos y su posible lugar de encuentro”, dice Monzón.
El Instituto Nacional de Medicina Legal, en cabeza de su directora, Claudia Adriana García, reconoció las falencias que ha tenido la entidad en el proceso y asumió un compromiso con las familias buscadoras.
“Reconozco que nuestra participación en la búsqueda se ha limitado al apoyo técnico científico en la realización de las necropsias médico-legales y a la administración y construcción de la base de datos que todos ustedes conocen”, dijo la funcionaria, también al reconocer que tal trabajo realizado por las institución no satisface las necesidades de las personas que buscan a sus seres queridos.
“Los tiempos de identificación de los cuerpos han sido demorados. Mi Instituto muchas veces les ha cerrado las puertas cuando han ido a denunciar y los hemos enviado a una ruta que no está clara… En estos 24 años de función he aprendido del fenómeno de la desaparición; como Directora del Instituto, pero sobre todo como mamá, me comprometo a cambiarlo, para que cada uno de sus 2089 funcionarios entienda que desde lo que hacemos podemos continuar con la reparación”.
En cielo o en la tierra, como sea…
“Y aunque me esté quedando sordo. Y aunque me esté quedando ciego. Y aunque me esté quedando mudo, te haré saber que te quiero. Aunque yo ya me encuentre viejo, aunque esté triste o contento, te haré saber de cualquier modo que estarás en mis adentros… En el cielo o en la tierra, como sea, yo te amo”.
El coro de la canción ‘Sabrás’, de la agrupación Herencia de Timbiquí, la cantan al unísono y entre lágrimas más de 400 mujeres reunidas en la Plaza de Nariño, en Pasto. Todas tienen algo en común: el dolor de buscar a un ser querido desaparecido.
La pieza musical parece describir a la perfección lo que es ser parte de una familia buscadora en Colombia, esas que elevan todos los días oraciones al cielo, porque no tienen un lugar certero aquí en la tierra a donde puedan enviar un mensaje a sus seres amados.
“La desaparición es un duelo congelado en el tiempo. Es buscar sola o acompañada. Buscar donde nadie buscaría. Es seguir huellas, rastros de sangre. Es ir por caminos, trochas, ríos, cementerios, montes, caseríos. Buscamos en los rostros de cada uno de ustedes, en la calle buscamos mientras respiramos y algunas veces perdemos el aliento mientras buscamos”, dice Mercedes Ruiz, del colectivo 82, una de las primeras organizaciones de mujeres buscadoras de en Colombia.
Sonia Edith Calibío, madre que busca a su hijo militar desaparecido desde el 30 de septiembre de 2011 en Coveñas (Sucre), explica que cuando empezaron a buscar, sus vidas se detuvieron: “Esa incertidumbre dolía en el pecho. La angustia de cada paso duele en el estómago, y cuando nos damos cuenta que los años han pasado, duele la cabeza”.
María Elena Gallego, quien busca a su hija desaparecida el 17 de febrero de 2011 en la recta Cali – Palmira, asegura que las han guiado los sueños y la fe: “Seguimos los mismos sitios, con los mismos números. Y aunque nuestros cuerpos cambian, vestimos las mismas ropas, para que ellos también nos reconozcan. Ellos también nos buscan…”
“Ahora que conocen nuestras historias, los invito a que piensen en las personas que aman, si son conscientes o no de la fortuna que tienen de poder verlas, escucharlas, abrazarlas… Imagine que una de ellas ya no está, que usted desconoce si vive o muere. ¿Por dónde empezaría a buscarla?, ¿a quién le pediría ayuda?, ¿le bastaría solo sentarse a esperar?”, pregunta María Elena.